Yaser Arafat, luchador en favor de la paz, terrorista, conciliador, no
pudo conseguir una tierra prometida; su recuerdo estará rodeado
de críticas encontradas. Su profunda convicción de que Palestina
alcanzaría la categoría de Estado depende ahora de un sucesor
todavía desconocido.
Arafat, que murió a los 75 años, nunca llegó a hacer
realidad su sueño de liberar a Palestina de los israelíes.
Ni siquiera logró su objetivo más modesto de crear un mini-Estado
palestino en Gaza y Cisjordania con capital en Jerusalén. Aun así,
fue él quien durante años mantuvo viva la llama de su causa;
incluso al final de sus días, la esperanza no se había extinguido.
El momento de mayor aceptación por parte de la comunidad internacional
lo obtuvo Arafat en 1993, año en el que firmó con el primer
ministro israelí, Isaac Rabín, el Acuerdo de Paz de Oslo
en la Casa Blanca en presencia del entonces presidente de EEUU, Bill Clinton.
Además de la omnipresente kefia que cubría la cabeza de
Arafat, ésta siempre albergó un único deseo, que
le llevó a liderar su causa durante más de una generación
y a conseguir en ocasiones un grado de reconocimiento y respeto internacionales
que nunca hubiera imaginado. Sus sucesores se enfrentan a una impresionante
tarea.
Duro golpe
Después de que el entendimiento entre palestinos e israelíes pareciera más cercano que nunca, el asesinato a finales de 1995 de Rabín, el mejor socio de Arafat en el proceso negociador, supuso un duro golpe para el proceso de paz que, de haber tenido éxito, habría engrandecido su memoria. Sin embargo, Arafat va a ser enterrado en un momento en el que estaba marginado internacionalmente, el apoyo de los suyos se había visto fracturado y su reputación como mediador en las negociaciones de Oriente Medio, deteriorada.
Fue declarado principal responsable del fracaso de las negociaciones
en la cumbre de Camp David de julio de 2000 cuando Bill Clinton, en los
últimos meses de su presidencia, volvió a intentar forjar
un acuerdo entre israelíes y palestinos.
La realidad parece indicar que las verdaderas circunstancias fueron mucho
más complejas: ninguna de las partes logró salvar las diferencias
que las dividían, sobre todo en temas relacionados con Jerusalén
y los refugiados.
El fracaso de Camp David contribuyó al estallido de la segunda
Intifada y las consiguientes acusaciones por parte de Israel de que Arafat
había vuelto a sus orígenes terroristas.
Acuerdo de 1993
Las zonas que habían conseguido la autonomía a raíz
de los acuerdos de paz de Oslo volvieron a ser invadidas y el rais fue
cercado en su cuartel general de Cisjordania. Israel, que decidió
condenarle al ostracismo, convenció a EEUU para que secundara la
acción.
La hostilidad de la administración de George W. Bush hacia la
figura de Arafat, y el apoyo de EEUU a Sharon provocaron el arresto domiciliario
del rais en la Mukata. Aunque Clinton se mostró dispuesto a conceder
el beneficio de la duda al líder palestino, su sucesor, obsesionado
con el terrorismo, no mostró ningún tipo de tolerancia hacia
su persona.
Después del acuerdo de 1993 firmado en la Casa Blanca, la "Autoridad
Nacional" palestina afianzó posiciones en la franja de Gaza
y estableció puntos de control administrativo en Cisjordania; sin
embargo, estos logros eran pocos para los objetivos que se había
marcado Arafat. De alguna forma, era ésta una sensación
comparable a la que vivió en su época de estudiante, en
la que empezó a arriesgar la vida por su causa.
El rais siempre atribuyó su longevidad a su instinto ante el peligro:
logró sobrevivir a tres graves accidentes de coche, uno de avión,
varios intentos de asesinato por parte de Israel, asedios y guerras. En
su caso, la supervivencia física puede considerarse casi como un
triunfo. Hubo muchas ocasiones en las que el mundo le dio la espalda.
En el septiembre negro de 1970, Jordania expulsó a la ANP de su
territorio y el apoyo de Arafat a Sadam Huseín en la Guerra del
Golfo le hizo perder muchos apoyos a su causa. Privado de fondos y rechazado
por la comunidad internacional, el rais pasó por uno de los momentos
más difíciles.
Su ascenso a la cumbre de la clase política palestina comenzó a finales de los años 40 en el Cairo, cuando se convirtió en activista en su etapa universitaria.
Egipcio de nacimiento
Nació en 1929 en la capital egipcia y fue bautizado con el nombre
de Mohammed Abdel-Raouf Arafat al Qudwa al-Husseini. Durante su juventud
fue un distante observador de la tragedia palestina en la que miles de
residentes árabes de lo que ahora es Israel se convirtieron en
refugiados durante la guerra por Palestina que se extendió de 1947
a 1948. En total, de 1.300.000 palestinos, 750.000 fueron desplazados:
la mayoría huyó a Cisjordania, la franja de Gaza, Jordania,
Líbano y Egipto.
A principios de la década de los 50 Arafat apareció como
líder de un movimiento revolucionario de estudiantes palestinos
refugiados en el Cairo desde el éxodo de Palestina y en 1952 se
convirtió en presidente fundador de la Liga de Estudiantes Palestinos,
puesto que mantuvo hasta su graduación en 1956. En 1958, Arafat
estableció las bases de su propio grupo clandestino, Al Fatah,
que posteriormente se convertiría en partícipe de los consejos
de la OLP. A finales de los años 50, Arafat dejó su empleo
en Kuwait para dedicarse exclusivamente a la causa palestina. Por aquella
época, la mayoría de los palestinos no estaban al corriente
de sus actividades. Aun así, el infatigable Arafat, que tenía
la costumbre de exagerar sus logros, continuó reuniendo refuerzos
en la década de los 60 a través de una red clandestina de
contactos que compartían su desprecio hacia el orden árabe
establecido.
Inconformismo
Siempre inconformista, habló a sus compañeros de Al Fatah
de la necesidad de comenzar operaciones de guerrilla contra Israel aunque
su destartalada organización disponía tan sólo de
unas pocas armas y contaba con poca experiencia militar. De hecho, la
primera operación contra Israel, planeada para el día de
Año Nuevo de 1965, fue un auténtico fracaso.
La gran debacle árabe de la Guerra de los Seis Días, en
1967, en la que Israel acabó con la endeble resistencia árabe,
fue crucial para Arafaty su movimiento clandestino. La humillante derrota
desacreditó a los líderes árabes y fortaleció
la postura Arafat, que argumentaba que el camino para la salvación
de Palestina dependía de él. Por irónico que parezca,
Israel dio la oportunidad a Arafat de demostrar su valía. Poco
después, las guerrillas palestinas destrozaron varios tanques y
asesinaron a 28 israelíes.
Aunque no se pudo considerar una victoria, los hechos acaecidos en Karameh
resonaron por todo el mundo árabe y Arafat, que por entonces tenía
38 años, acaparó por primera vez toda la atención
y pasó a ser considerado el nuevo líder de la lucha de Oriente
Medio. Algunos de los regímenes árabes comenzaron a ofrecerle
apoyo activo. Para 1969, cuando se le nombró presidente de la OLP,
Arafat ya era un personaje mítico. Siempre se le responsabilizó
directamente de las actividades terroristas palestinas; de lo que no parece
haber duda es de que estaba totalmente informado sobre la planificación
de cuando menos algunos de los atentados terroristas más espectaculares
de la OLP. En 1982 y 1985, los israelíes intentaron eliminarle
bombardeando primero una de las fortalezas palestinas situada en Beirut
y tres años más tarde, su cuartel general de Túnez.
Gobierno laborista
Desde principios a mediados de la década de los 70, Arafat intentó
llegar a acuerdos con Israel comenzando por su discurso ante la ONU en
1974; además, en 1988 renunció al terrorismo y reconoció
la existencia del Estado de Israel, gestos que no fueron correspondidos.
Algo cambiaron las cosas tras la llegada al poder en 1992 de un Gobierno
Laborista a Israel. Los acuerdos de Oslo de 1993 permitieron que Arafat
volviera a territorio ocupado por Israel y que se negociara la retirada
de las fuerzas israelíes de Gaza y Cisjordania.
El asesinato de Rabín y la derrota de su partido en 1996 fueron
el principio del fin de los acuerdos. La situación empeoró
con el asesinato de cientos de israelíes. Después de que
EEUU presentara su plan de paz, conocido como la Hoja de Ruta, Ariel Sharon,
decidido a mantener al margen a su eterno enemigo, presentó un
plan unilateral de retirada de Gaza.
Puede que las opiniones hacia Arafat sean dispares, aunque no tanto entre su pueblo. El intelectual palestino Edward Said, bastante crítico con Arafat, siempre ha dicho que el principal logro de éste fue "dar coherencia, unidad y liderazgo nacional a la causa de Palestina". Bien podría ser éste el epitafio político del líder palestino. La situación de Oriente Medio no le permitió alcanzar el sueño de dar a los suyos "la tierra prometida".